John Wayne acabó bastante cansado de La Diligencia, de John Ford y decidió darse un respiro de su compañera Claire Trevor así que en una de las raras reposiciones que pusieron de la película en el cine Benlliure de Madrid, decidió salir de la pantalla y darse un garbeo por la ciudad. Salió a hurtadillas de la pantalla, se sacudió el polvo del camino de Monument Valley y se puso la ropa de paisano del chico que vendía palomitas en el cine y salió a la calle Alcalá. Aquello fue todo un descubrimiento, primero porque al salir a la calle comprendió que pese a pensar en inglés sureño la voz le seguía saliendo doblada y en castellano. Se resignó al cambio de voz y en la ciudad se encontró con un descubrimiento tras otro, conocía los coches de finales de los treinta y las diligencias del siglo pasado, pero estos vehículos modernos eran completamente diferentes por no hablar de los teléfonos sin cables.
Decidió que esta era una época que merecía ser explorada. Le costó encontrar trabajo y acabó de portero en una discoteca para guiris de la Gran Vía. No había perdido el toque de humanidad ni tampoco la pegada. Afortunadamente no tuvo que aprender el manejo de armas blancas o de otras artes traídas de oriente y hechas para la fractura de huesos. Además mitigaba fácilmente su soledad con compañía femenina. Tenía facilidad con las chicas y a una novia le seguía otra y así. No era una vida fácil ni difícil, pero una vez hubo puesto orden en la puerta de la discoteca no se le ocurría otra ocupación u otra motivación. Echaba de menos su vida de galán de cine, sus martinis y esas cosas que hacen que la vida sea de otra manera. Ya había pasado un año desde que apareció por aquí.
Inquieto por naturaleza pensó que había llegado la hora de regresar, así que fue al cine Benlliure. Pero no es buena época para las películas ni para los cines. En lugar del cine se encontró una tienda de libros. No le importó demasiado, no era una persona que se dejara impresionar fácilmente. El interior de la librería era exactamente igual que la del cine pero sustituyendo butacas por estanterías. Al menos no lo habían convertido en otra tienda de ropa. Mientras rodaba La Diligencia había visto a John Ford leyendo un libro de un autor que por el apellido supuso que podría ser francés. Intentó recordarlo, recorrió todas las estanterías, tardó un día en ver el nombre del autor escrito en la solapa de un libro, Guy de Maupassant, tuvo suerte era, “Bola de sebo y otros relatos”. Se sentó en una de las butacas que había para que los clientes pudieran descansar u ojear algún texto. Comenzó por el relato que daba título a la colección para saber de qué iba y antes de que se quisiera dar cuenta ya lo había terminado de leer. No es un relato largo. Había un parecido evidente entre la película de la que se había escapado y ese relato. Se sorprendió al comprobar cómo Ford había podido transformar la feroz historia de los viajeros de una diligencia del siglo XIX durante la guerra franco-prusiana en una película del oeste, con indios y médico alcohólico. Wayne quiso comprobar cómo sería el equivalente a su novia Claire Trevor que en el relato era precisamente el personaje llamado Bola de Sebo o el suyo llamado Cornudet que era revolucionario y azote de mentes conservadoras. Decidió que no le vendría mal irse a dar una vuelta por la Francia del siglo XIX acosada por los prusianos y por el hambre. Había llegado el momento de desentumecer músculos.