Esta mañana me he despertado recordando que soy una persona condenada a muerte y que la sentencia se cumplirá mañana por la mañana. Así que, como cada día, me duché, fui a la cocina y desayuné con mi mujer e intenté comportarme como si fuera un día como otro cualquiera. De hecho al salir a la calle ya se me había olvidado completamente que era una condenado a muerte. Pero sucede que los demás, todos ellos quiero decir, mi familia, amigos, compañeros de trabajo, hasta el camarero del bar, todos ellos, saben que todo habrá terminado mañana.
Y en el trabajo los compañeros intentan comportarse como cada día pero al final notas esa mirada de conmiseración que te hace pensar que lo saben y después viene un silencio y a veces esa pregunta devastadora, “¿cómo te encuentras?”, momento en el que dejas esa automática respuesta en el aire a la que procuras no dar ningún énfasis pero que contiene un trasfondo devastador.
- Bien, bien...
Y lo hacen porque son conscientes de que te has olvidado y ellos no quieren que lo olvides. Las personas que están junto a ti no quieren que seas ajeno a tu destino y se preocupan. Así que con el paso de las horas vas notando la “terribilitá” de una situación que no me afecta pero que a los demás les trastorna el comportamiento y la forma de ser.