Me desperté con el mismo nudo en el estómago con el que me levanto siempre que tengo que ir a sellar la tarjeta del paro. Es una sensación de malestar que me asalta en el mismo instante en el que abro los ojos acompañado de un ligero sobresalto. Luego se pasa.
Una hora más tarde me encontraba en la cola de desempleados que es cada vez más numerosa y triste, rodeado de personas resignadas que visten ropas de apagados colores . ¿No os habéis fijado en el color de nuestra ropa cuando estamos en la cola? Como si hubieran pasado una veladura que nos difuminase, que nos hiciera menos reales.
Me llamó la atención el ver que los compañeros que salían de la oficina después de cumplir el trámite estaban más animados y eso era una buena noticia. Salían con una bolsa de plástico que contenía una caja de cartón en su interior. Sabía que algunas asociaciones benéficas repartían alimentos y no era descabellado suponer que hubieran puesto un dispensario en el que a falta de trabajo nos dieran una barra de pan y un kilo de arroz.
Cuando llegó mi turno entregué la tarjeta que sellaron para tres meses. Otros tres meses de nada. Al solicitar la dotación alimenticia el mismo administrativo me dijo que tenía que informarme de los cambios que se habían producido en la normativa para reducir el desempleo. Me informó que todos los afiliados al paro tenían derecho a percibir un fusil de asalto del tipo Imi Galil, que según parece es uno de los más recomendables del mercado, acompañado con dos cargadores de veinte balas cada uno. Se habían ahorrado las de fogueo. ¡ Para qué! Automáticamente comencé a vislumbrar extraordinarias posibilidades. No hizo falta que el asesor me indicara instrucciones de uso ni el objetivo de esa iniciativa. Se me quedó mirando a los ojos y con su dedo índice desplazó lentamente una nota sobre el mostrador. Decía: "Comenzar por los vecinos"