Albert quería superarlo. Quería leer aquel texto de Walter Benjamin cuyo tema sobre la cultura le apasionaba pero intuía que era un difícil compañero de viaje. Sabía dónde se encontraba exactamente el libro, sabía que estaba en una estantería en casa de su madre que él había dejado hacía unos años. Ocurre que cuando algún libro no le interesaba solía dejarlo en casa de su madre. No deja de ser una forma de deshacerse de ellos. Puede ocurrir que acaben en una fundación, pero eso pasa cuando uno es famoso y dan ayudas públicas. No es el caso y además una fundación no es nada más que otra forma de alargar la agonía de los libros y de las cosas.
Albert se concentró en Walter Benjamin y en el reto de leer ese libro. Los antecedentes en pequeño tonelaje, entiéndase artículos periodísticos, jugaban en contra. En algún momento, recordaba uno aparecido en el diario El País, había estado a punto de comprender lo que decía. Comprender de principio a fin. Bueno, eso creía él. Pero en el último momento, en el momento en el que parece que solo faltaba extraer la conclusión, Walter escribía un último párrafo que descolocaba todo el conocimiento que con gran esfuerzo se había ido cimentando. La conclusión era una extraordinaria sensación de impotencia. Y así fueron las veces que lo había intentado.
El libro constaba de tres partes y el arranque fue, como siempre era, prometedor. Comenzaron a pasar ideas, conceptos de otra época contados morosamente, como en la época en la que el tiempo corría más despacio y el escritor, y el lector podía demorar el final de un silogismo y estaba muy bien hasta que dejado llevar por el torrente de palabras los primeros indicios de sopor se hicieron presentes. Y era extraño porque era primera hora de la mañana y había descansado bien, pero el ritmo de la prosa le hacía mecerse como en un soniquete de alta cultura. No obstante fue a la cocina y se preparó un café y luego otro y miró el reloj y siguió leyendo. Pero algo había cambiado en el ritmo de la prosa… o era el mismo. Difícil saberlo. Se esforzó por volver a encontrar la voz interna que había perdido y le pareció que como ejercicio musical era extraordinario, pero cuando finalmente logró terminar de leer el texto, se dio cuenta que dejándose llevar por el torrente de la prosa no había entendido nada de lo que el bueno de Walter había querido decir. Quizá la vocación oculta de Walter Benjamin fue la de músico.