viernes, 20 de marzo de 2015

Vuelta a casa





Llegué al rellano de la escalera y todo estaba tal y como  lo recordaba. El suelo de madera escaso de barniz y las paredes a las que les falta una mano de pintura o quizá más de una. Los escalones no estaban especialmente limpios, ni sucios. Como tenía por costumbre metí la mano en el bolsillo de la chaqueta buscando las llaves, pero las llaves, claro, no estaban allí. Se encontraban en la mochila que durante todo este tiempo me había acompañado. 

Abrí la puerta lentamente como si quisiera encajar mi recuerdo con la realidad. Lentamente. La penumbra del pasillo me dio la bienvenida a su manera mientras notaba una ligera sensación de humedad y ese indefectible olor a casa deshabitada. Recorrí el pasillo hasta llegar a la que había sido mi habitación. La cama de madera y al lado la mesa sobre la que se encontraba el teclado de ordenador. Presioné ligeramente una de las letras, la Q, pasé la palma de mi mano sobre el respaldo de la silla. Subí la persiana y la tenue luz de atardecer se reflejó sobre el cuadro abstracto que cuelga de la pared y sobre los libros de la estantería. Recuperaba sensaciones de cuando todos esos objetos formaban parte de mi vida.

Me senté en la silla y noté mi respiración mientras repasaba todos las cosas que me rodeaban, objetos conocidos, objetos sugerentes que alguna vez habían formado parte de mí y que a su manera todavía tenían algún significado. Acerqué la silla a la mesa. Encendí el ordenador, la pantalla me pareció más pequeña y con más brillo de lo que era capaz de tolerar sin tener que entreabrir los párpados.

Ya ha pasado más de un año desde entonces. Quién lo iba a decir.




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