A veces cuando me pongo nervioso y tengo la sensación de que los problemas me abruman, hago rotondas. Me monto en el coche y me voy a una rotonda grande que tengo cerca de casa y comienzo a dar vueltas. Hubo una época en que a los urbanistas les dio por poner rotondas. Antes no había, te limitabas a cruzar la calle donde el semáforo te acompañara. Pero en esta época en cada cruce de barrio se pone una rotonda, preferentemente con una fuente en medio y con salida de agua a modo geiser de diversas inclinaciones y alturas.
En una rotonda de estas características me acerco con el coche y comienzo a dar vueltas esperando que todo lo que me abruma o me molesta aparezca. Normalmente comienzan por salir las pequeñas cosas que aparentemente no tienen importancia, ese impreso que hay que llevar a algún sitio o esas cuentas domésticas que no terminan de cuadrar. En una vuelta de rotonda la fuerza centrífuga, esa que tira hacia fuera en los giros y nos hace derrapar en las curvas, agarra preocupaciones y las expulsa más allá de la plaza incluso más allá del barrio. Después vienen los asuntos laborales que pueden suponer ese punto de nerviosismo justo y puntual. Una o como mucho otra vuelta. Los asuntos familiares suelen venir después y están asociados a la enfermedad y al paso del tiempo de los seres queridos y a los de uno mismo. Cuidado !!!! Un camión ha intentado salir desde el carril interior. Incluso en fases meditativas hay que estar atento al momento preciso, para no seguir a las preocupaciones que hayan sido expulsadas. Y por último pueden llegar, no siempre lo hacen, los problemas existenciales sobre dónde vamos, para qué sirve todo esto, qué estoy haciendo con mi vida, esas cosas. No es algo a lo que le de muchas vueltas, en este caso con media vuelta arreglado. Después de que aparentemente todas las miasmas hayan salido, doy una vuelta de reconocimiento para comprobar, una vez más, que los problemas más persistentes son esos primeros del día a día que no tienen una importancia aparente pero que siguen perturbando. Para esos casos reservo dos últimas vueltas un poco más fuerte para meter más fuerza centrífuga a los problemas, hasta que por su propio peso salen despedidos.
Una vez realizada la purga mental, salgo de la rotonda, aparco el coche y llego a casa fresco como una lechuga.