martes, 28 de mayo de 2013

Sobre rotondas, preocupaciones y fuerzas centrífugas





A veces cuando me pongo nervioso y tengo la sensación de que los problemas me abruman, hago rotondas. Me monto en el coche y me voy a una rotonda grande que tengo cerca de casa y comienzo a dar vueltas. Hubo una época en que a los urbanistas les dio por poner rotondas. Antes no había, te limitabas a cruzar la calle donde el semáforo te acompañara. Pero en esta época en cada cruce de barrio se pone una rotonda, preferentemente con una fuente en medio y  con salida de agua a  modo geiser de diversas inclinaciones y alturas.

En una rotonda de estas características me acerco con el coche y comienzo a dar vueltas esperando que todo lo que me abruma o me molesta aparezca. Normalmente comienzan por salir las pequeñas cosas que aparentemente no tienen importancia, ese impreso que hay que llevar a algún sitio o esas cuentas domésticas que no terminan de cuadrar. En una vuelta de rotonda la fuerza centrífuga, esa que tira hacia fuera en los giros y nos hace derrapar en las curvas, agarra preocupaciones y las expulsa más allá de la plaza incluso más allá del barrio. Después vienen los asuntos laborales que pueden suponer ese punto de nerviosismo justo y puntual. Una o como mucho otra vuelta. Los asuntos familiares suelen venir después y están asociados a la enfermedad y al paso del tiempo de los seres queridos y a los de uno mismo. Cuidado !!!! Un camión ha intentado salir desde el carril interior. Incluso en fases meditativas hay que estar atento al momento preciso, para no seguir a las preocupaciones que hayan sido expulsadas. Y por último pueden llegar, no siempre lo hacen, los problemas existenciales sobre dónde vamos, para qué sirve todo esto, qué estoy haciendo con mi vida, esas cosas. No es algo a lo que le de muchas vueltas, en este caso con media vuelta arreglado. Después de que aparentemente todas las miasmas hayan salido, doy una vuelta de reconocimiento para comprobar, una vez más, que los problemas más persistentes son esos primeros del día a día que no tienen una importancia aparente pero que siguen perturbando. Para esos casos reservo dos últimas vueltas un poco más fuerte para meter más fuerza centrífuga a los problemas, hasta que por su propio peso salen despedidos.

Una vez realizada la purga mental, salgo de la rotonda, aparco el coche y llego a casa fresco como una lechuga. 

martes, 21 de mayo de 2013

Surrealidades



Como cada Domingo salí a la calle a ganar un sobresueldo. Mi trabajo de vendedor de cupones no da lo suficiente para mantener a mi familia de modo que cada domingo me pongo la camisa más raída que tengo, un sombrero viejo y agarro el bastón de invidente. No llevo perro lazarillo porque nunca he tenido el dinero suficiente para tener uno. El oficio de mendigo es un trabajo al que le auguro mucho futuro.

Me coloco en aceras donde haya movimiento de personas junto a sitios emblemáticos de Madrid que sean frecuentados por turistas. Suelo llevar una bandera de España en la camisa para dar a entender que es pobreza del país. Además sirve para dar un tono exótico a ojo de viajero. El domingo pasado estuve toda la mañana por los alrededores del museo de arte Reina Sofía. Lugar donde exponen obras contemporáneas y de vanguardia. Los aledaños están vigilados pero en determinadas circunstancias permiten una mendicidad moderada, que no muestre miembros amputados o rostros deformes. Los ciegos todavía estamos en el rango de los aceptados. Además durante estos días hay exposición de Dalí, dicen que de las más completas que se han montado. Eso quiere decir mucha gente.

Al poco rato de colocarme en actitud mendicante sentí un punzante dolor de cabeza y alguna palpitación que inicialmente lo achaqué al poco desayunar. Lo intenté mitigar tomando un café con leche en un bar próximo. Volví a mi puesto pero el malestar se agudizó. A medida que avanzaba la mañana sentía perfectamente los latidos sobre las sienes y un cierto tembleque en manos y piernas. Difícilmente podía agradecer las dádivas o dar una mínima conversación a quien algo preguntara. A lo anterior se unió, como decirlo, unas ciertas visiones extrañas, luces, sombras, rostros que aparecían y desaparecían e inevitablemente tuve la sensación de que estaba siendo observado. Me di una vuelta hasta la cercana estación de Atocha para relajarme, para intentarlo. Apenas unos metros más allá y el malestar cesó. No podía suponer la causa de lo que me estaba sucediendo. Sería la edad, el calor. Volví a mi sitio junto al museo y otra vez reaparecieron las visiones, las caras extrañas y los pensamientos sin hilazón que iban adquiriendo un tono más real y esa sensación  de que alguien desde algún sitio se estaba metiendo en mi cerebro, revolviéndolo todo, salvaje, incesantemente.

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martes, 14 de mayo de 2013

Bombillas




No me preguntéis cómo lo sé, pero la bombilla “Full spectrum daylight bulb 45 watt screw” tiene dos aplicaciones fundamentales, sirve para hacer unas extraordinarias fotografías en blanco y negro de interior por el tamizado de tonos y el suavizado de  contrastes y al mismo tiempo y por su capacidad para reproducir el espectro lumínico, es ideal para el cultivo de marihuana donde por su clandestinidad no sea posible acceder a los rayos del sol.


martes, 7 de mayo de 2013

Sugar Man





Detroit. Mi padre ha pasado su vida trabajando como obrero no cualificado tanto en las cadenas de montaje de la General Motors como en la construcción o en los restaurantes de comida rápida. Siempre ha preferido ejercer trabajos para los que no hiciera falta ningún tipo de especialización salvo resistir el frío o los malos olores o la suciedad. No era por necesidad, era una opción. Lo veía llegar a casa agotado después de cada jornada laboral pero con buen humor. No me preguntéis por el motivo de dedicarse a este tipo de peonadas, no sabría decirlo. Dice que el trabajo duro le mantiene en forma. Así fue desde que yo era pequeña. Un día nos reunió a mis hermanas y a mí y nos dijo que le acompañáramos a Ciudad del Cabo porque le habían contratado para dar una serie de conciertos!!!. Resulta que allí era un músico muy conocido.

La llegada a Sudáfrica fue apoteósica, recibidos por toda la parafernalia que rodea a una estrella de rock, montones de fans, periodistas, rodeados por gente que se interesaba por nuestras anodinas vidas. Fueron ocho conciertos y nueve mil personas diarias entregadas a su música y a su persona aplaudiendo entusiasmadas cada una de sus canciones; generando ese estruendo que se produce cada vez que ocurre algo verdaderamente importante y que solo había visto por la televisión o en las afueras del campo de los Lions, el equipo de fútbol.

Fue una semana magnífica, se podría decir que irreal, pasada la cual volvimos a Detroit donde mi padre repartió el dinero que había ganado entre nosotras y entre diversas organizaciones benéficas. Dudo que se quedara algo. Unos días después encontró un trabajo en la lavandería de un motel situado junto al río. Entraba a las cuatro de la mañana y al menos no pasaba frío. El otro día estaba en casa atizando la estufa de leña junto a la que se encontraban algunos palos recogidos de los contenedores. Recuerdo que llevaba el abrigo puesto, un gorro con orejeras y unos guantes de lana sin dedos. Los inviernos son muy duros en Detroit.





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