lunes, 17 de febrero de 2014

Alipio





Debía tomar una decisión para la sociedad de inversiones en la que trabajaba. Se trataba de reconvertir una de las fábricas de maquinaria industrial que se encontraba en concurso de acreedores en otra fábrica similar, adaptándola a los nuevos tiempos y a las nuevas tecnologías. Por otra parte estaba la posibilidad de recalificar los terrenos, venderlos y despedir a los quinientos trabajadores de la plantilla. A priori los números decían que la mejor opción era reconvertir, además la zona quedaría muy beneficiada con el mantenimiento de los puestos de trabajo

Conocía la historia de Alipio. Alipio vivió en Roma en el siglo IV y era amigo de San Agustín de Hipona. Deploraba los espectáculos que se daban en los anfiteatros donde se mataba indiscriminadamente personas y animales. Cuentan que una vez fue a uno de ellos y sintió la llamada de la sangre derramada en la arena y de los gritos del populacho. Volvió al circo una y otra vez sintiendo a la vez atracción y repulsión.

Cayó en mis manos el libro “Viaje al final de la noche”. Durante ese tiempo andaba con mis cavilaciones sobre el arte y la influencia que puede tener sobre las personas, sobre su comportamiento o su forma de ser. Eran pues unas consideraciones éticas.  El libro de Celine me pareció repelente pero de alguna forma ejercía sobre mí una extraña fascinación. Me parecía un libro mediocre, con una trama que no tenía nada de sorprendente y sí bastante de predecible y sin embargo no podía evitar su lectura, que iba acompañada de una extraña sensación de mal cuerpo que difícilmente se mitigada pasado un rato. Como si Celine sacara a relucir lo peor de cada uno.

Días después tuve que escribir el memorando que decidía la acción a tomar en la reestructuración de la empresa. No sé si algún libro u obra de arte puede mejorar a una persona. Doy fe que lo he buscado, también doy fe de que una vez leí “Viaje al fin de la noche” y todavía no he podido compensar su efecto devastador sobre mí y sobre todo lo que me rodeaba.

lunes, 10 de febrero de 2014

Vacaciones





Me ponía una grabación donde escuchaba al jefe echando la bronca a un subordinado u otra donde alguien abusaba de su posición de mando para reafirmarse como líder. Así pasaba mis vacaciones. Realmente mis vacaciones debían consistir en otra cosa. Una semana de relax  junto a la playa o quizá respirando el aire puro de las montañas u otras cosas que se hacen cuando se tienen unos días libres. 

Y lo cierto es que esa era la intención. Recuerdo que el año pasado en Galicia me sobrevino una profunda tristeza acompañada de síntomas psicosomáticos como bajada de tensión o subida de azúcar en sangre. Fui al médico de guardia quien me prescribió el tratamiento habitual a base de dos pastillas antes de cada comida. Sin embargo la sensación de hundimiento no remitió y tuve que ir al especialista para que afinara el diagnóstico.

Mi trabajo consiste en  trabajar y hacer trabajar por objetivos. Si las cosas no salen en plazo alguien me lo recuerda o yo se lo recuerdo a alguien enérgicamente. Es el ritmo que llevo incorporado a mi vida diaria. Durante las vacaciones si a las doce hay que estar en la playa debo estar con toalla, sombrilla y el resto de útiles. Si a la una y media se toma el aperitivo, debe ser a la una y media. Y a las tres en punto se come y el camarero tiene que estar junto a la mesa para escribir las comandas. Durante la hora de la siesta baja mi nivel de actividad y no me gusta porque me siento vulnerable y hasta con accesos de tristeza como si mi vida sin nervios fuera una vida sin sentido. Ahí comencé a sentir los primeros síntomas de ese… vacio. Luego vinieron los médicos y todo eso, hasta que un día mientras paseaba junto al paseo marítimo escuché la bronca que el encargado de una cafetería echaba al camarero. Eso me dio la idea, grabar las arengas que se dicen cuando las cosas salen mal y escucharlas a la hora de la siesta. Hay miles en internet, en todos los idiomas, sirven para motivar. En lugar de dormir me concentro y como si estuviera en una clase de yoga o de relajación me siento mecer por las voces, los accesos de razón, las honradas declaraciones de intenciones, por las verdades. 

La hora del paseo suele ser memorable, salgo totalmente relajado como si sintiera que mi vida tiene pleno sentido, una vida para poner en práctica las ideas aprendidas o reafirmar las olvidadas. El objetivo está cumplido,  disfruto plenamente de mis vacaciones.




lunes, 3 de febrero de 2014

Solo para escritores





Llegué a Detroit convencido de que iba a comenzar una nueva vida, de que mi época de mala suerte había acabado y de que en esa ciudad iba a encontrar el rumbo que en Madrid había perdido desde hacía tiempo. Al menos tendría casa. Esto es importante cuando te has quedado colgado de una hipoteca y tienes deudas y un coche que no anda. Bueno ya sabéis de qué hablo. El caso es que la oferta era muy tentadora, bastaba con ser capaz de colaborar habitualmente en un blog comunitario de la ciudad o de enviar una serie de relatos a una empresa que gestiona el conocimiento generado por unos cuantos cientos de escritores venidos de todo el mundo.

Detroit fue una de las ciudades industriales más importantes de Estados Unidos donde se asentaron empresas automovilísticas como la Ford o la General Motors. También era conocida por sus memorables combates de boxeo y por ser la ciudad donde nació Joe Louis. Ahora es una ciudad fantasma. Desde que los japoneses y los coreanos comenzaron a fabricar coches baratísimos Detroit se fue a la porra y gran cantidad de barrios quedaron despoblados. Pero sus casas quedaron en pie.

De eso se trata, de habitar casas deshabitadas que todavía se conservan en buen estado. Las dan en propiedad a los dos años de contribuir para la comunidad dando rienda suelta a todo el impulso creativo que llevamos dentro. El objetivo es describir un gran fresco sobre la evolución que va a sufrir la ciudad hasta convertirse en la ciudad mundial de la creatividad y de la literatura. Además al principio y mientras se asientan las bases de la escritura en inglés, se puede intentar en español. Me he encontrado con cinco bloggers madrileños hijos de la crisis como yo, dando forma a ideas sobre fábricas ruinosas o paredes llenas de pintadas. El tono apocalíptico suele dar mucho juego y hay mucho hispano en crisis.

Lo primero que encontré al llegar a la casa que me asignaron fue un perro, que podía ser de los antiguos dueños. Merodeaba por el jardín y de vez en cuando se quedaba parado desafiante frente a la puerta. Me sentía como si la casa perteneciese más al perro que a mí. Yo no era más que un mero okupa. Intenté en vano hacerme amigo suyo.

Inicialmente la principal actividad consistió en empaparme de la atmósfera de la ciudad, a veces peligrosa, muy fría, muy sucia, que sirviera como punto de partida a una serie de historias que había intuido y que paulatinamente se irían desarrollando en mi cabeza. De entre las calles llenas de suciedad me iba fijando en los botes, en los residuos de sus electrodomésticos y en todas aquellas cosas que un día habían tenido un significado. Una mañana el fuerte viento trajo hasta mis pies un papel arrugado, ruinoso como algo fósil. En una de sus caras venía escrito el nombre de una librería y una lista de nombres desconocidos.

Estaba especializada en novelas de suspense y en autores jóvenes. También patrocinaban un concurso literario y promocionaban y publicaban relatos. La crisis se la había llevado por delante. Quise saber qué fue de aquellos nombres pero no encontré ni un libro, ni una reseña, nadie a quién preguntar. La librería se encontraba en el interior de un centro comercial relativamente próximo al barrio donde vivía. Lo que quedaba del enorme edificio eran unas descarnadas paredes de hormigón y unos huecos vacíos donde antes debían estar unos grandes ventanales.

Me adentré por los pasillos, por la bolera donde todavía se podían distinguir las pistas con el suelo de madera levantado y los raíles de las bolas arrancados o desaparecidos. Al final de la nave encontré un cartel desvencijado que anunciaba la librería. Empujé la puerta entreabierta no sin cierto esfuerzo hasta que pude ver el interior atestado de libros tirados por el  suelo. Miré sus títulos, sus autores, todos los nombres estaban allí. Decidí rescatar algo, algunos volúmenes, quizá algo de su memoria. 

Prolongar su historia, no sé si su agonía,  ese es mi punto de arranque.







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