lunes, 10 de marzo de 2014

El avión de papel





Guillermo estaba en clase de lengua y le aburría la clase de lengua, así que lentamente pasó un par de hojas de su cuaderno marca Enri y arrancó la siguiente. Debía tener cuidado porque la profesora tenía malas pulgas y porque le podía poner uno o dos puntos negativos en la evaluación y porque, lo que era peor, podía escribir una nota a sus padres. Y sus padres estaban cansados de recibir notas y el lo sabía. Así que con mucho cuidado arrancó lentamente una hoja y mirando de reojo alrededor comprobaba que sus compañeros mantenía una fingida atención a las explicaciones de la profesora. Guillermo tenía la capacidad de atender aunque estuviera haciendo otra cosa, incluso aunque la materia que dieran le aburriera completamente. 

Con parsimonia fue doblando la hoja de papel. Primero por una esquina, después por la otra, luego doblándolo por la mitad un lado y otro y así hasta que el avión estuvo terminado. Pensó que le había costado menos tiempo hacerlo de lo que había previsto. Lo dejó en el cajón que se encontraba debajo de la mesa sobre el libro de matemáticas y por un momento pensó en la geometría que acababan de dar y en el avión de papel que debía ser completamente geométrico y hasta aerodinámico. Escribió algo en el cuaderno para intentar disimular su falta de interés. A veces tenía la sensación de que la profesora sabía que durante sus clases Guillermo se dedicaba a pintarrajear y a pensar en sus cosas y por algún motivo le permitía hacerlo. 

Todavía faltaba mucho para acabar la clase y  la explicación sobre los pronombres personales le estaba causando un profundo estado de letargo y de sueño. Los ojos lentamente se cerraban y le costaba esfuerzo volver a abrirlos. Por si esto fuera poco sentía un irrefrenable impulso de bostezar. Mientras atravesaba una de esas crisis, vio el avión de papel sobre el libro de matemáticas. Sintió una sensación irrefrenable de cogerlo y desde la última fila  lanzarlo a volar hacia la pizarra. El avión salió de su mano volando por encima de la cabeza de sus compañeros y hacia la mitad de la clase cogió altura lo que le permitió llegar hasta el punto donde la profesora estaba escribiendo ejemplos de pronombres personales. En el instante en el que el avión llegaba a la altura de su cabeza la profesora se dio la vuelta con intención de enfatizar la parte que uno de sus alumnos no terminaba de comprender, y el avión con punta de reactor de los años setenta, impactó sobre su lagrimal y por un momento hizo que el avión se quedara suspendido en su ojo. Después cayó al suelo y la profesora lo pisó con rabia. Mientras caminaba hacia el bolso que se encontraba sobre su mesa, Guillermo comprendió que ese día tendría que dar explicaciones en casa.


lunes, 3 de marzo de 2014

Gourmet





Dada mi profesión de crítico gastronómico me sorprende la profusión de programas en los que se preparan platos altamente sofisticados y concursos donde se exige a los concursantes que preparen suculentos platos para poner a prueba su imaginación.

Para ser capaz de saborear un buen menú es necesario haber educado el paladar con cada producto, con cada matiz. No es una tarea fácil, es un arte ser capaz de disfrutar cada plato e intentar adivinar la personalidad de quien lo ha preparado. Por su forma de hacer se puede intuir el carácter del autor, hasta se puede intuir si es buena persona.

Hace algunos años que tomé la costumbre de valorar la calidad de los restaurantes que debo examinar sin salir de casa, prescindiendo de la atención del maitre o de la decoración que intuyo adecuada. Me concentro solamente  en la comida y en activar mis papilas gustativas, en descubrir esa intención oculta que contiene cada plato. Esto era así antes de la operación y no me impidió seguir trabajando. Mis opiniones se siguen tomando al pie de la letra y en determinados momentos aparece como “trendic topic” en las redes sociales.

En algunos casos mis compañeros de profesión, otros críticos de revistas especializadas, ponen como ejemplo mi capacidad para percibir ese aroma que recuerda un momento de la infancia o aquel otro regusto meloso que remite al calor del fuego en casa de la abuela.

Dicen que la cocina cada vez se asemeja más a las otras artes, al de la pintura por ejemplo, donde cada obra debe llevar su interpretación para ser tenida en cuenta, pero permitan que esboce una leva sonrisa cuando recuerdo que debido a una lacerante enfermedad me  fue extirpada la lengua, de modo que puedo sentir la comida lo mismo que un ciego puede apreciar un cuadro de Velázquez. Pero mi criterio, mi imaginación valdría decir, se sigue teniendo en cuenta como uno de las más acertadas a la hora de discriminar sabores y texturas, soy lo que se dice un profesional competente
.

lunes, 17 de febrero de 2014

Alipio





Debía tomar una decisión para la sociedad de inversiones en la que trabajaba. Se trataba de reconvertir una de las fábricas de maquinaria industrial que se encontraba en concurso de acreedores en otra fábrica similar, adaptándola a los nuevos tiempos y a las nuevas tecnologías. Por otra parte estaba la posibilidad de recalificar los terrenos, venderlos y despedir a los quinientos trabajadores de la plantilla. A priori los números decían que la mejor opción era reconvertir, además la zona quedaría muy beneficiada con el mantenimiento de los puestos de trabajo

Conocía la historia de Alipio. Alipio vivió en Roma en el siglo IV y era amigo de San Agustín de Hipona. Deploraba los espectáculos que se daban en los anfiteatros donde se mataba indiscriminadamente personas y animales. Cuentan que una vez fue a uno de ellos y sintió la llamada de la sangre derramada en la arena y de los gritos del populacho. Volvió al circo una y otra vez sintiendo a la vez atracción y repulsión.

Cayó en mis manos el libro “Viaje al final de la noche”. Durante ese tiempo andaba con mis cavilaciones sobre el arte y la influencia que puede tener sobre las personas, sobre su comportamiento o su forma de ser. Eran pues unas consideraciones éticas.  El libro de Celine me pareció repelente pero de alguna forma ejercía sobre mí una extraña fascinación. Me parecía un libro mediocre, con una trama que no tenía nada de sorprendente y sí bastante de predecible y sin embargo no podía evitar su lectura, que iba acompañada de una extraña sensación de mal cuerpo que difícilmente se mitigada pasado un rato. Como si Celine sacara a relucir lo peor de cada uno.

Días después tuve que escribir el memorando que decidía la acción a tomar en la reestructuración de la empresa. No sé si algún libro u obra de arte puede mejorar a una persona. Doy fe que lo he buscado, también doy fe de que una vez leí “Viaje al fin de la noche” y todavía no he podido compensar su efecto devastador sobre mí y sobre todo lo que me rodeaba.

lunes, 10 de febrero de 2014

Vacaciones





Me ponía una grabación donde escuchaba al jefe echando la bronca a un subordinado u otra donde alguien abusaba de su posición de mando para reafirmarse como líder. Así pasaba mis vacaciones. Realmente mis vacaciones debían consistir en otra cosa. Una semana de relax  junto a la playa o quizá respirando el aire puro de las montañas u otras cosas que se hacen cuando se tienen unos días libres. 

Y lo cierto es que esa era la intención. Recuerdo que el año pasado en Galicia me sobrevino una profunda tristeza acompañada de síntomas psicosomáticos como bajada de tensión o subida de azúcar en sangre. Fui al médico de guardia quien me prescribió el tratamiento habitual a base de dos pastillas antes de cada comida. Sin embargo la sensación de hundimiento no remitió y tuve que ir al especialista para que afinara el diagnóstico.

Mi trabajo consiste en  trabajar y hacer trabajar por objetivos. Si las cosas no salen en plazo alguien me lo recuerda o yo se lo recuerdo a alguien enérgicamente. Es el ritmo que llevo incorporado a mi vida diaria. Durante las vacaciones si a las doce hay que estar en la playa debo estar con toalla, sombrilla y el resto de útiles. Si a la una y media se toma el aperitivo, debe ser a la una y media. Y a las tres en punto se come y el camarero tiene que estar junto a la mesa para escribir las comandas. Durante la hora de la siesta baja mi nivel de actividad y no me gusta porque me siento vulnerable y hasta con accesos de tristeza como si mi vida sin nervios fuera una vida sin sentido. Ahí comencé a sentir los primeros síntomas de ese… vacio. Luego vinieron los médicos y todo eso, hasta que un día mientras paseaba junto al paseo marítimo escuché la bronca que el encargado de una cafetería echaba al camarero. Eso me dio la idea, grabar las arengas que se dicen cuando las cosas salen mal y escucharlas a la hora de la siesta. Hay miles en internet, en todos los idiomas, sirven para motivar. En lugar de dormir me concentro y como si estuviera en una clase de yoga o de relajación me siento mecer por las voces, los accesos de razón, las honradas declaraciones de intenciones, por las verdades. 

La hora del paseo suele ser memorable, salgo totalmente relajado como si sintiera que mi vida tiene pleno sentido, una vida para poner en práctica las ideas aprendidas o reafirmar las olvidadas. El objetivo está cumplido,  disfruto plenamente de mis vacaciones.




lunes, 3 de febrero de 2014

Solo para escritores





Llegué a Detroit convencido de que iba a comenzar una nueva vida, de que mi época de mala suerte había acabado y de que en esa ciudad iba a encontrar el rumbo que en Madrid había perdido desde hacía tiempo. Al menos tendría casa. Esto es importante cuando te has quedado colgado de una hipoteca y tienes deudas y un coche que no anda. Bueno ya sabéis de qué hablo. El caso es que la oferta era muy tentadora, bastaba con ser capaz de colaborar habitualmente en un blog comunitario de la ciudad o de enviar una serie de relatos a una empresa que gestiona el conocimiento generado por unos cuantos cientos de escritores venidos de todo el mundo.

Detroit fue una de las ciudades industriales más importantes de Estados Unidos donde se asentaron empresas automovilísticas como la Ford o la General Motors. También era conocida por sus memorables combates de boxeo y por ser la ciudad donde nació Joe Louis. Ahora es una ciudad fantasma. Desde que los japoneses y los coreanos comenzaron a fabricar coches baratísimos Detroit se fue a la porra y gran cantidad de barrios quedaron despoblados. Pero sus casas quedaron en pie.

De eso se trata, de habitar casas deshabitadas que todavía se conservan en buen estado. Las dan en propiedad a los dos años de contribuir para la comunidad dando rienda suelta a todo el impulso creativo que llevamos dentro. El objetivo es describir un gran fresco sobre la evolución que va a sufrir la ciudad hasta convertirse en la ciudad mundial de la creatividad y de la literatura. Además al principio y mientras se asientan las bases de la escritura en inglés, se puede intentar en español. Me he encontrado con cinco bloggers madrileños hijos de la crisis como yo, dando forma a ideas sobre fábricas ruinosas o paredes llenas de pintadas. El tono apocalíptico suele dar mucho juego y hay mucho hispano en crisis.

Lo primero que encontré al llegar a la casa que me asignaron fue un perro, que podía ser de los antiguos dueños. Merodeaba por el jardín y de vez en cuando se quedaba parado desafiante frente a la puerta. Me sentía como si la casa perteneciese más al perro que a mí. Yo no era más que un mero okupa. Intenté en vano hacerme amigo suyo.

Inicialmente la principal actividad consistió en empaparme de la atmósfera de la ciudad, a veces peligrosa, muy fría, muy sucia, que sirviera como punto de partida a una serie de historias que había intuido y que paulatinamente se irían desarrollando en mi cabeza. De entre las calles llenas de suciedad me iba fijando en los botes, en los residuos de sus electrodomésticos y en todas aquellas cosas que un día habían tenido un significado. Una mañana el fuerte viento trajo hasta mis pies un papel arrugado, ruinoso como algo fósil. En una de sus caras venía escrito el nombre de una librería y una lista de nombres desconocidos.

Estaba especializada en novelas de suspense y en autores jóvenes. También patrocinaban un concurso literario y promocionaban y publicaban relatos. La crisis se la había llevado por delante. Quise saber qué fue de aquellos nombres pero no encontré ni un libro, ni una reseña, nadie a quién preguntar. La librería se encontraba en el interior de un centro comercial relativamente próximo al barrio donde vivía. Lo que quedaba del enorme edificio eran unas descarnadas paredes de hormigón y unos huecos vacíos donde antes debían estar unos grandes ventanales.

Me adentré por los pasillos, por la bolera donde todavía se podían distinguir las pistas con el suelo de madera levantado y los raíles de las bolas arrancados o desaparecidos. Al final de la nave encontré un cartel desvencijado que anunciaba la librería. Empujé la puerta entreabierta no sin cierto esfuerzo hasta que pude ver el interior atestado de libros tirados por el  suelo. Miré sus títulos, sus autores, todos los nombres estaban allí. Decidí rescatar algo, algunos volúmenes, quizá algo de su memoria. 

Prolongar su historia, no sé si su agonía,  ese es mi punto de arranque.







martes, 28 de enero de 2014

El curioso incidente del perro a medianoche – Mark Haddon





El curioso incidente del perro a media noche comienza como una novela policial y acaba con la vida pasando por encima a sus protagonistas. Pero la novedad es que el relato está contado desde el punto de vista de un niño con síndrome de Asperger que es un tipo de autismo, que es una forma diferente y quizá algo más limitada de ver la vida.

Y está bien porque el autor es capaz de hacernos partícipes de las vicisitudes del chaval visto desde dentro, pero con la lógica del lector que es probable que no tenga síndrome alguno. Para Christopher Boone su vida está regida por estrictas normas mentales,  aunque con una capacidad para el análisis fuera de lo normal. Ese síndrome, ese conjunto de causas que prefigura una enfermedad, no impide que sea un fuera de serie en  matemáticas o en todas aquellas cosas que impliquen lógica o rutina. Los asuntos rutinarios y las repeticiones son parte inseparable de su forma de enfrentarse a la vida y todas aquellas personas o cosas que las infringen caen automáticamente fuera de su mundo.

Hacia la mitad del libro se resuelve el caso del asesinato del perro y la novela sigue por los derroteros que han estado apuntados desde su inicio y de los que no sospechamos sus consecuencias. Parece un divertimento pero no lo es, y cuando la novela termina puedo imaginarme que la vida de los protagonistas va a seguir siendo difícil e incierta. También muestra la incapacidad para comunicarse y el esfuerzo para no dejar de intentarlo.



martes, 21 de enero de 2014

La hija de Oppenheimer




Solía estar junto a la puerta del patio, en la calle, sentada, fumando… Su aspecto no era malo, no tenía un aspecto decrépito, sin embargo no daba la impresión de estar, digamos, saludable. Tenía el pelo corto y cano y una mirada que solía fijar en un punto, como de profunda concentración entre calada y calada.  Si te quedabas mirándola, daba la impresión que en sus pupilas era capaz de captar la esencia de las cosas. Como si de un vistazo fuera capaz de escudriñar la materia y transportarse al fondo. Me gustaba pensar en ella como una persona que era capaz de comprender donde los demás difícilmente vemos indicios de algo.

En cierta ocasión ví una foto de Oppenheimer el eminente e inquietante físico. Eminente porque debía ser muy bueno en su especialidad atómica y también porque era capaz de llevar a cabo grandes proyectos. Inquietante porque el principal proyecto que dirigió fue el proyecto Manhattan, el de las bombas atómicas, y porque además y por si fuera poco tenía impulsos homicidas. Y sin embargo la mirada de Oppenheimer era muy parecida a la mirada de la anciana de la residencia.

A veces me ponía en el otro extremo del patio y la observaba. Observé que siempre fumaba y que miraba con la misma intensidad y era como si viviéramos en mundos paralelos e irreconciliables. Una vez coincidí con ella en el ascensor pero no levantó la cabeza y casi lo agradecí.

Un día dejé de verla y también al siguiente y al otro. No pregunté, preferí no saber qué había sido de su vida. Me aventuré a pensar que esa mujer una vez miró a los ojos de una persona, tal vez un novio o un amigo y al mirar comprendió al microscópico nivel de los átomos y las moléculas la materia de la que estamos hechos los humanos, nuestras inquietudes, nuestras voluntades y al verlo prefirió callar.

jueves, 16 de enero de 2014

Transporte





Sí, hasta ese día no fue capaz de darse cuenta de la realidad en la que se encontraba. Era muy temprano y se montó en el autobús que cada día la llevaba al trabajo. Unos días atrás había sentido un malestar considerable. No exactamente cuando se montaba si no un poco más tarde. Ella lo achacaba a la falta de estabilidad del vehículo o quizá a la impericia del conductor. A veces la parte de atrás  despedía un mareante olor a gasolina o a algo parecido.

Pero esta sensación se fue repitiendo con más intensidad. Siempre hacía la misma rutina. Salir de casa, bajar ligeramente por la calle de Francisco Silvela y llegar hasta la plaza donde se encontraba la parada. Normalmente no había mucha gente ni era mucho el tiempo de espera. Sin embargo ese día lo comprendió. Fue subir al autobús, sentarse y comprobar que no podía soportar la presencia de nadie a su lado. Que el hecho de sentir una respiración o un ligero movimiento era suficiente para generarla un profundo desasosiego .

Una vez tomada conciencia del problema, intentó sobreponerse a la proximidad y a la presencia de otras personas. Cada día intentaba interiorizar el momento de sentarse, de ver el asiento, de observar el color granate del material plástico con el que estaba hecho, sus imperfecciones y suciedades. Luego observaba a los demás. Incluso observaba a los demás intentando ver ese detalle que le permitiera ponerse en su lugar. Pero luego el autobús continuaba su marcha y el traquetreo hacía que volviera a aparecer ese malestar que aumentaba a medida que el habitáculo se iba llenando. Piensa que podrá superarlo.


lunes, 13 de enero de 2014

Hermanas





Tres ancianas viven en el tercer piso de una casa vieja sin ascensor. Su vida son ciclos diarios y repetitivos. Por la mañana se levantan a la misma hora. Una de ellas se preocupa de la intendencia, de saber lo que van a necesitar para comer ese día. Llama por teléfono al tendero del barrio que le sube el pedido. También se ocupa de llevar la cuenta de las medicinas. La otra limpia un poco. La tercera prepara la comida. Hace un tiempo iba un familiar a comer todos los Domingos pero ha dejado de ir. 

Después de  comer friegan los platos y se sientan en el amplio sofá del salón a ver el programa de cotilleo de la tele. No pasan cinco minutos antes de quedarse dormidas. Cada una de ellas  se sienta en su sitio habitual con su manta y siempre en la misma postura. Después, casi sin hablarse, se acicalan un poco y salen a la calle de paseo. Es de ver que al salir las tres van agarradas del brazo por la acera. Unas aceras no demasiado anchas donde de vez en cuando surgen problemas con algún peatón que pretende pasar. En  ese caso una de ellas, la más joven que suele ir en uno de los extremos, relaja ligeramente el brazo que sigue sujeto al brazo de su hermana y gira su cuerpo para ceder el paso.

Hace un año la menor de las hermanas se paró en un kiosco a comprar un cupón de lotería. Pensaban que un día les tocaría la lotería y que ese dinero les ayudaría a tener su propio piso, a ser independientes, a llevar otra vida. Ese día la hermana mayor se soltó del brazo de su hermana para llegara al kiosco y pidió el cupón del Viernes mientras se agarraba al mostrador. Al guardar la cartera en su bolso, vio a sus hermanas derrumbarse sobre la acera como se derrumban los edificios viejos. Ella misma no se atrevió a soltarse del mostrador. Sus ojos cansados miraban sin reaccionar, incrédulos, con la certeza de que era demasiado tarde para casi todo y de que la misión que les queda por cumplir, la de cada una de ellas, es la de sujetarse físicamente unas a otras.


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