jueves, 27 de septiembre de 2012

Te comprendo



El otro día entré en unas oficinas a resolver un asunto burocrático en el que estaba siendo perjudicado. Había estado dándole vueltas al asunto durante un rato antes de la reunión. Consideraba que esta agencia no estaba haciendo su trabajo, al punto de considerar que me estaban tomando el pelo. Solicité hablar con la persona que lleva estos trámites y después de argumentar mi punto de vista y con la razón de mi parte, recibí una contestación que no me esperaba. Me dijo:

- “Te comprendo perfectamente. “

Posteriormente convine en dejar de tener razón para, sentarme a dialogar. El  gestor me escuchó, reconoció parte de los errores y llegamos a un acuerdo.

Desde el momento de la “compresión”, mi estado de ánimo cambió. Seguramente porque en una circunstancia indignante nadie espera que alguien te comprenda. A lo mejor sucede que el interlocutor no te comprende en absoluto, pero el efecto es el mismo.  Y lo inquietante es que detrás de la "comprensión", pueda estar alguien que conoce las palabras a utilizar para sencillamente salir del paso y continuar con la manipulación. Pueden ser las dos caras de una misma palabra, que no de un mismo sentimiento.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Educación y aburrimiento





Hoy me ha asaltado el pensamiento de la educación. No es algo sobre lo que haya pensado demasiado. Hace algunos años lo padecí pero nunca me puse a pensar seriamente en ello. Hoy tampoco. Sin embargo me he dado cuenta de que los criterios por los que se guía la enseñanza actual se están quedando viejos. Para empezar las familias tienen que gastar un dineral desproporcionado en libros de texto. Recalco lo de desproporcionado porque no me parece de recibo el precio de 300€ que es el desembolso en libros para un chaval de 10 años. 
Por otra parte, en determinados casos escucho del fracaso escolar y del aburrimiento de esos chavales. En clase les espera la salmodia del profesor cuando no directamente la lectura del libro de texto. Lo del aburrimiento me parece especialmente grave. Que a un profesional de la educación se le aburran los chavales en clase. Están garantizada la indiferencia hacia esa materia donde a lo mejor podían ser buenos.

Por si esto fuera poco, las nuevas tecnologías van a rescate del alumno y me temo que en muchos casos a la zozobra de profesor. Hay chavales que con doce o trece años se mueven entre redes sociales, buscadores, programas fotográficos e incluso en blogs o similares, por no hablar de consolas, juegos de ordenador, etc. Chavales que al llegar a clase se encuentran con que tienen que hacer un mural sobre un tema, lo cual está igual de bien que cuando se hacia hace treinta años, pero sin la posibilidad de hacerlo en un formato, vamos a decir, más actual. Además hay muchos conceptos que se ejercitan en Internet, como el de buscar y compartir información con otros usuarios. Y se puede buscar de todo, desde un nuevo software para el pirateo de la wii, hasta la descarga de emuladores para juegos. Todo esto supone investigación e intercambio con otros usuarios. En último término implica la obtención de conocimiento. Que hoy es de juegos, pero que mañana puede ser útil para la fabricación de nuevas medicinas.

No digo que para todas las edades ni en todos los sitios se esté produciendo esto, pero me da la impresión que estos cambios están pillando con el pie cambiado a bastantes profesores y muchos padres. Y es triste que los muchachos mientras tanto se aburran, cuando se lo deberían estar pasando en grande.

lunes, 24 de septiembre de 2012

José Tomás en Nimes




Hace mucho tiempo que no voy a los  toros y solía hacerlo. Es un sentimiento paradójico. Creo que debe prevalecer la voluntad de las personas sobre la de los animales, por eso me parece una barbaridad la tortura de lidiar y matar a un toro. En estos momentos de mi vida prevalece esta consideración frente a la satisfacción de ver una gran faena o una faena emocionante.

Siempre he visto los toros desde dos puntos de  vista, desde el punto de vista artístico y desde el punto de vista sufriente del toro. En algún momento sentí predilección por el primero; ahora pienso en el pobre animal. Eso no quiere decir que no sepa o no me acuerde de valorar una gran faena.

Durante las semanas previas al encierro de José Tomás con seis toros en Nimes, ví con cierta sorpresa que algunas agencias de viajes ofertaban noche de hotel y entrada. No presté atención al precio. Es verdad que se organizan viajes para muchas actividades, pero me llamó la atención que se hiciera tan grande despliegue para una corrida de toros aunque el protagonista fuera José Tomás.

He logrado ver unas pocas imágenes por televisión y otras capturadas por el público que se encontraba en la plaza. No son de buena calidad. Se aprecia la estampa del torero, la seguridad a la hora de asentar los pies, los precisos movimientos de muñeca y en los momentos señalados, la quietud frente a la envestida de animales de bastantes kilos, pero sobre todo quietud frente al muy probable sufrimiento. No debemos olvidar que después de una cogida queda el dolor y la soledad de una habitación. Y eso lo saben bien los toreros. Hay algunos que no se han podido sobreponer mentalmente a una cogida. El cuerpo se recupera. La cabeza no sigue los mismos principios, no esta claro que donde antes había arrojo, no haya ahora duda.

Por eso me parece ejemplar la actitud de José Tomás, la valentía de permanecer quieto en unos terrenos donde está amenazada la vida y el dolor. En su día el torero dijo que le gustaría morir en una plaza de toros. Esto también lo he oído a los actores de teatro, que dicen preferir morir en el escenario. En el caso de los toreros, se presupone una muerte violenta y contra su voluntad. Lo difícil es sobrevivir. Enfrentar la concepción del toreo a la propia vida. Ha sucedido muchas veces. La última en Nimes.

domingo, 23 de septiembre de 2012

A la muerte de Carrillo





A la muerte de Santiago Carrillo aparecen multitud de crónicas, titulares, estudios. Las revistas le dedican páginas y más páginas a una persona a la que prácticamente conozco por los medios de comunicación desde que tengo uso de razón. Fundamentalmente todo lo que he podido leer sobre la persona contiene dos ideas que están escritas una al lado de la otra. 

Por una parte se habla sobre su posible implicación en los fusilamientos de Paracuellos del Jarama. Dos mil presos de las cárceles de Madrid fueron sacados de las celdas y fusilados entre Noviembre y Diciembre de 1936. En esa época Santiago Carrillo tenía el cargo de consejero de orden público en Madrid. No se le señala como brazo ejecutor, pero sí como una de las personas que pudo  haber  impedido la carnicería.

Por otra parte se ensalza  su labor en la transición española por contribuir a que España fuera gobernable después de la muerte de Franco.

Creo que si durante la democracia a Carrillo se le hubiera recordado su pasado con la intensidad con la que se le ha recordado después de muerto no hubiera existido el Carrillo conciliador que hoy conocemos. Queda la duda.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Algoritmo Evolutivo





Existen muchas ramas de la tecnología que consisten en buscar la mejor solución a determinados problemas. Un problema puede tener varias soluciones y el objetivo consiste en encontrar la mejor. Esta puede ser la más corta, la más rápida, la más elegante, depende del criterio que elijamos. Además estos problemas pueden tener varias soluciones. Pensemos que un día en nuestras vidas no es algo que se pueda detallar a priori. Pensábamos ir al cine, pero surgió una avería en la lavadora. Esto hace que tengamos que modificar nuestros planes. En este caso, la solución consiste en dejar de hacer lo que teníamos previsto, para  hacer otra cosa que es prioritaria. Son cambios que surgen a menudo y a las que estamos acostumbrados. Son decisiones que hacemos sin pensar, pero que están sometidas a multitud de variables. 

Y no son contínuas, dado que siempre es posible encontrar una solución que sea mejor que otras. En la búsqueda de soluciones se utilizan razonamientos o algoritmos que están basados en lo que hacemos o lo que, ¿viene a ser lo mismo?, hace la naturaleza.

Supuesta nuestra presencia en este mundo como una meta, se puede decir que nosotros y todo lo que nos rodea somos soluciones válidas al problema evolutivo. Seguramente no las mejores, pero soluciones. Todavía no sabemos con certeza como resuelve la naturaleza esto de la persistencia, pero cuando se habla de evolución surgen las dos teorías clásicas, la de Darwin y la de Lamarck. La primera considera que no hay un propósito en las mutaciones que se producen en los seres vivos. Dado un ser vivo sometido a una mutación será de ver si el cambio es beneficioso o perjudicial. En este último caso el final es claro.

Lamarck, pensaba que hay propósito, que a base de ir muy deprisa se producirán modificaciones que harán que el guepardo vaya cada vez más rápido. Que querer es poder. Son dos interpretaciones para describir una misma realidad y aunque la primera parece mejor que la segunda, esta no se ha descartado como paradigma de modelos que resuelvan problemas. 

La realidad es que hay dos teorías que originan dos modelos de concebir la realidad que hacen que en la búsqueda de soluciones tengamos a la naturaleza como referencia. Es decir que la naturaleza inspira patrones de conocimiento que son usados por la tecnología para acelerar la aparición de materiales, elementos, incluso de futuras vidas, donde no las había. De provocar más supervivencias. Surge la duda de saber si los hombres o la naturaleza seremos capaces de soportar este ritmo de cambio. 



lunes, 17 de septiembre de 2012

Confesiones de un camarero - Steve Dublanica





Algunos de los más importantes descubrimientos bibliográficos  los he encontrado en hipermercados. Ni siquiera la existencia del libro electrónico me ha desenganchado la costumbre de saber lo que se vende en las ediciones de bolsillo. Es una manía y una necesidad no desear todo aquel libro que cueste más de diez euros. Lo último ha sido estas “Confesiones de un camarero”. Hay quien piensa que los libros eligen a sus lectores.

Estas confesiones tienen su origen en un blog, “The Waiter”, donde de forma anónima Steve Dublanica contaba el día a día como maitre de un restaurante de lujo. Según estimaciones del autor la mayoría de los clientes que van a un restaurante lo hacen para que les den de comer. El resto son psicópatas. El blog era anónimo porque trata mayormente de estos últimos. También sale Russell Crowe. El autor consideró con buen criterio que era mejor que ni la dirección ni los clientes supiesen su nombre.

En el libro se habla sobre las cosas cotidianas de un restaurante desde la perspectiva del camarero. En un restaurante está la realidad vista desde el punto de vista del camarero y la del cliente. Del que mira y del que es mirado. Lo normal es conocer el punto de vista del cliente. Al terminar de leer este libro sabemos algo más del otro lado.

Nos enteramos de las relaciones con los compañeros, de las tiranteces con el personal de cocina y sobre todo se habla de las relaciones con los clientes, que son clasificados por la propina que dejan.

Las propinas son la consecuencia en la que piensa todo camarero de Nueva York. Su carácter, maneras, indumentaria y hasta la forma de caminar van en dirigidas a rentabilizar el servicio por cada mesa. Se sabe que el cincuenta por ciento de la clientela deja una cantidad constante, se les trate bien o mal, en torno al quince por ciento. Un camarero es de primera fila cuando el ochenta por ciento de los clientes deja el quince por ciento del coste de la factura en propinas. Se da por supuesto que el protagonista de la historia ha estado cerca o incluso ha llegado a ese ochenta.

Es un libro escrito con cariño, con diálogos ingeniosos y mordaces y con conocimiento de lo que cuenta. No hay motivo de impostura habiendo una buena propina de por medio.

lunes, 10 de septiembre de 2012

El último Rafael





La primera cosa que sorprende de la exposición “El último Rafael” en el Museo del Prado es el extraordinario color que tiene los cuadros. Es como las personas, se puede intuir su salud por el color de la piel. Y no está mal la de estos lienzos si tenemos en cuenta que la edad de cada uno ronda los quinientos años. Esto debe ser cosa de los barnices y de las conservaciones. Estamos hablando de uno de los grandes pintores de la historia y de uno de los grandes talleres.


Al no estar en contacto con la pintura ni en la ejecución de lienzos, ni en la visita a exposiciones, voy con la intención de pasar un rato viendo cuadros como si fueran  los de una exposición del barrio. Se puede pensar que esto es actividad fácil de alguien que un día por la mañana, y con los útiles y conocimientos suficientes, comienza a dibujar  dando forma a las cosas y a las personas. No es así. Por ejemplo el cuadro que ilustra esta entrada. Se trata de “La Sagrada Familia con Juanito”, más conocida como “La Perla”. Juanito es a quien de mayor llamarían El Bautista. También aparecen el Niño, María y la madre de esta, Santa Ana. Se ve una estructura elaborada, el gusto por el detalle y el realismo de los tejidos de la cuna, una  gama cromática apabullante, el juego de miradas que remite de unas figuras a otras, casi como si tuvieran movimiento. Aparece un concepto que leí en el folleto de la exposición que se llamaba profundidad psicológica y que automáticamente asocié a la gravedad del rostro de Santa Ana, que se muestra como si intuyera el futuro que le esperaba a su nieto.  Las diferentes iluminaciones resaltando a unos personajes de otros o unos espacios de otros. Sin olvidar la profundidad de campo.

En la elaboración de estas pinturas nos encontramos con expertos en estructura compositiva, coloraciones, pintores especialistas en paisajes, en rostros, en trajes. Es como si cada uno de los cuadros requiriese de muchas áreas del conocimiento (en otros cuadros está muy presente la arquitectura). En cada lienzo trabajaran varias personas.

Rafael en esta época (1512-1520) difícilmente pintaba cuadros enteros, reservándose para él determinados detalles (los más difíciles o importantes) de los muchos cuadros que se hacían en su taller y dejando que los otros pintores hicieran el resto. También se dedica a la estructura del cuadro en su conjunto, con la correcta distribución de formas. Sus dos ayudantes-pintores más representativos fueron Giulio Romano y Gianfrancesco Penni de los que también hay representación en la muestra.

Los cuadros de este taller eran el equivalente a lo que hoy es una película, con esbozos, preparación, tiempo y análisis y representa un ejemplo de trabajo en equipo. Lo que parece un simple cuadro, representa la  síntesis de muchas áreas y de muchos conocimientos.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Teoría del cristal roto






La teoría del cristal roto dice que si un niño rompe el cristal de un comercio, el tendero deberá llamar a un cristalero que percibirá un jornal por su trabajo, que a su vez le permitirá comprar pan a un panadero que a su vez ganará una cantidad para comprar otra cosa o para guardarlo. De esta forma lo que a priori era una gamberrada se transforma en un bien para la sociedad. Pero si el niño no hubiera roto el  cristal, el tendero no habría tenido necesidad de gastarlo en cristaleros y podría haberlo empleado en comprar pan o haberlo guardado. La ruptura de algo no asegura la obtención de un beneficio.

Lo relevante de esta teoría es que se fuerza al tendero a gastar. Parece que el mantenimiento de esta sociedad es distribuyendo dinero por las buenas o a gorrazos. Si en la comunidad donde se ha producido el incidente solo hay un cristalero, toda la cantidad de dinero va a revertir exclusivamente en una persona por lo que el conjunto de todos los dineros generados por la rotura de cristales irá a parar a la misma persona.

Se puede deducir de esto una segunda ley, la de que el dinero debe circular entre el mayor número de personas posibles para que todos tengan la posibilidad de tenerlo. Lo deseable no es que un grupo de personas lo tenga si no que todos tengan la posibilidad de tenerlo

Los cristales como materia que son tienen un límite de elasticidad a partir del cual comienza su fractura que es irreversible. Lamentablemente en la sociedad en la que vivimos se están rompiendo los cristales. Cada vez quedan menos pero todavía quedan los suficientes. Lo inquietante es que el conjunto de los cristaleros se resume en un único cristalero que decide en qué momento comienzan las sucesivas fases de apedreamiento. Obsérvese que para que el cristal pueda ser roto debe estar en la calle o cara al público, para que de esta forma cualquier niño o cualquier político pueda acercarse y estropear todo lo que quiera. Obsérvese que es más fácil romper un cristal, que destrozar el mecanismo de las cajas fuertes que se encuentran dentro de edificios con cristales blindados, que además tienen gruesos muros y muy seguramente un personal de seguridad perfectamente cualificado en impedir que nadie ajeno al negocio pueda ocasionar el menor rasguño. Por si fuera poco, las cajas fuertes suelen estar ocultas en profundos sótanos con ignotas claves de acceso. Parece más fácil romper el cristal de la calle.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Atardecer en Oporto






Las calles del casco viejo de Oporto tienen muchas cuestas y varios niveles, como el descansillo de unas escaleras.  Desde la calle de Santa Caterina que es calle comercial, se comienza a bajar y cerca de la iglesia de San Ildefonso se encuentra la primera estadía en forma de catedral. Previamente se ve algo parecido a un valle asfaltado donde al fondo aparece la Torre de  los Clérigos y entre medias más o menos, se encuentra la plaza del ayuntamiento.  Al bajar encontramos un segundo nivel a la altura del puente de Luis I, por donde pasan peatones y tranvías. Desde la balaustrada se toma conciencia de la extraordinaria altura a la que se pueden encontrar las cosas. Se sabe que hay cosas más altas, pero en muy pocos sitios he tenido la sensación de vértigo extraordinario como en este puente. Supongo que tendrá que ver la disposición de las nubes, o el encajonamiento del río Duero o la presencia del barrio de la Ribeira con las terrazas que se adivinan, más que se ven, en el fondo. Algún que otro barco pasa y aparecen anclados los rabelos o barcos que servían para el transporte de la uva desde las zonas de recolección a las de reposo. Si el momento de la visita es el del ocaso, a lo anterior se une el contraste de la luz que junto a la altura hace percibir una sensación de completa irrealidad. No menos irreal aparece el funicular, con los raíles casi flotando sobre la pendiente de la montaña. 

Al seguir bajando y coger algunas de callejuelas que sirvan para desviarnos de pasos más transitados, suben algunos paisanos con rostros que parecían olvidados de caras enjutas, piel negra y escasez de dientes. Se adivinan los estragos de las drogas y algunos hacían deporte simulando un combate de boxeo en la calle, lanzando los golpes todo lo fuerte que podían, desacompasados y tristes. Dos de ellos vestían camisetas raídas de la marca Boxeur des Rues, que no sabía que era una marca, pero que de sus dibujos remite a Marsella o Marseille y que automáticamente me transportó a esa ciudad también portuaria y próxima. Y mientras los deportistas seguían con sus quehaceres, en una fuente próxima otro se echaba agua por la cabeza. En esta parte de la ciudad predomina la umbría y la humedad, la piedra y un ligero abandono. Es un barrio viejo, pero habitado y vivo, como pasa en Lisboa con Alfama y en otras ciudades donde el turismo todavía no ha llegado hasta el tuétano. 

Y seguir bajando hasta la orilla, hasta el puerto fluvial del Duero, donde se pueden sentir los aires que vienen o que vinieron de otras tierras, algunas lejanas,  otras muy lejanas. Donde se dejan sentir Mozambique, o Angola o Brasil o Macao y donde un soniquete a cosa que está pendiente de ver o de sentir recuerda que estamos en sitio por donde pasó mucha gente que vio muchas cosas y donde da la impresión que dentro de un rato o mañana, todavía es posible coger un barco, porque debe ser por rio y por mar y viajar a algún sitio recóndito de nuestra memoria.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

La Fiesta del Chivo - Vargas Llosa





Una de las satisfacciones que me reservé hasta la terminación de  “La Fiesta del Chivo” de Vargas Llosa fue la de buscar en internet los rostros de los personajes no imaginarios que aparecen reflejados en el libro. Urania Cabral, “La inmundicia viviente”  y “el Constitucionalista Beodo” son imaginarios. Me reservé para el final los rostros de Leónidas Trujillo, del Dóctor Balaguer, Abbes Garcia, Antonio Imbert, Antonio de la Maza y de tantos otros. 

Como suele ser habitual, no hay una correlación entre el físico que imaginamos de las personas y lo que la imagen nos muestra. Cuando se busca la cara de Abbes, lo que se espera encontrar es el vivo retrato del mal, pero lo que la fotografía nos muestra es solamente un retrato y todas las vilezas van incorporadas en lo que sabemos del sujeto.

El libro es un entramado de realidad y de ficción cuyo resultado es el de aplicar una lente de aumento sobre lo grande y sobre lo pequeño, sobre la sociedad y sobre las personas, sobre los sentimientos y sobre el mal. Es necesario, no solamente citar el mal, hay que mostrar los horrores de una dictadura, de unos cargos y de unas personas, hasta llegar a la herida sangrante o el grito angustioso lanzado en la oscuridad de una celda, en el vacío de la tortura. 

El libro se lee desde el conocimiento de los hechos como si mirásemos la tierra devastada desde una colina con la seguridad de que pocas cosas quedaron en pie y de que sus efectos todavía se mantienen. El punto de vista es el de las personas que han sobrevivido y no se han recuperado. Es como la recuperación de un monte después de un incendio o de la ciudad después de un terremoto, pues algo de eso o más, sucede cuando un conjunto de personas viven sometidos al arbitrio y a la voluntad más primaria de los unos sobre los otros. La recuperación necesariamente es lenta y dolorosa y los sentimientos, incluso los mejores, fueron arrastrados o van siendo arrastrados hasta que no se llega a conocer la vileza, el servilismo de unos sobre los otros. Por que una de las lecturas que no por sabida es menos tremenda es que el sometimiento envilece, en mayor o menor medida a todos los que forman parte del teatrillo.

El libro nos habla de una dictadura y de todas las dictaduras. De las que fueron y de las que siguen siendo. Trata sobre la rebeldía y sobre la autoridad. También sobre un concepto que no debería ser necesariamente terrible, la lealtad. Nada resulta peor a un dictador que la falta de lealtad. Y es un concepto que se extiende también a otros muchos ámbitos de la sociedad como la empresa o los partidos políticos aunque sean democráticos. Pero la diferencia es clara, si se falta a la lealtad en el primero de los casos se recibe la muerte o la pica, en el segundo y el tercero se puede salir indemne e incluso fortalecido. Se debe observar que no deja de ser una posibilidad, que se puede salir si se desea salir. Que a veces lo verdaderamente terrible no es el dictador si no todos aquellos que permiten y que dar poder y autoridad al  sujeto.

Hacía mucho tiempo que una novela no me enganchaba como las novelas que leía cuando era joven al estilo de Madame Bovary, Rojo y Negro o incluso sobre Sobre Héroes y Tumbas,  leídas en la juventud y en la ingenuidad. Con estructura poliédrica y esa forma de narrar donde el autor es invisible o lo que es lo mismo oculto detrás de cada personaje y de cada revuelta

martes, 4 de septiembre de 2012

Von Freeman y el Desapego





Ayer me enteré de la muerte de von Freeman. Jazzman de Chicago que tocaba el saxo tenor. Tenía como rasgo característico un desprecio hacia la fama, el dinero o sencillamente algo tan prosaico como publicar discos. Su única intención fue tocar y se preocupaba de tocar en público no menos de cuatro días en semana.

Se sabe que sus comienzos fueron a los dieciséis años en la orquesta de Horace Henderson hermano de Fletcher y desde ahí comenzó a tocar sin parar, siguiendo el aserto de sin pausa y sin prisa. Nació en 1923 y tocó con todos los grandes del jazz de los años cuarenta, cincuenta y todos los demás. Su misión inicial era el acompañamiento pero posteriormente fue alcanzando mayor protagonismo. Su primer disco lo grabó con cincuenta años cumplidos. 

De porte clásico. Se le ve alto, negro y elegante. Con ese tipo de elegancia que solo aparecen en las fotografías de músicos de jazz o en los boxeadores de la primera parte del pasado siglo. No parece que tuviera una educación musical esmerada aunque predominara la necesidad de tocar frente a lo demás.

Lo remarcable del personaje del día es que dado los tiempos,  incluso la sociedad donde vivimos,  haya alguien que no sienta la necesidad de darse a conocer en parcelas donde perdure la memoria. Se sabe que Kafka no necesitó la publicación de sus escritos para sentirse escritor. Y algo parecido le ocurría a Juan Rulfo. De alguna forma era autores que entendía la vida como una actividad que se hace cada día, independientemente del reconocimiento o la publicación. En el caso de Kafka, esto fue así, al menos mientras se mantuvo con vida. Para la posteridad no quemó o hizo desaparecer. Posiblemente no le diera  mayor importancia ya que no estaría para verlo.

En el caso de Freeman quedan un conjunto de discos, y algunas, bastantes, grabaciones que dan fe de su paso por este mundo y que permanecerán en la memoria de algunos aficionados. He de reconocer que no conocía a Freeman hasta el día en que leí su necrológica y me enteré de su indiferencia hacia lo que fuera permanecer en la memoria persistente de su época. Vi un vídeo, debe ser uno de los de la última época, y aparece vestido con traje y sombrero negro, camisa blanca y corbatón de colorines. Al principio de la grabación se le escucha hablar con esa voz grave con la que hablan los músicos negros de jazz. Los boxeadores negros también tienen una voz parecida pero en otro registro. Los blancos otra, quizá menos fotogénica. Dice una palabras y se lanza a entonar un solo que resuena con una ligera reverberación en un pequeño local. Llegado la edad de algunos músicos, solo les está permitido tocar en salas pequeñas o en garitos. Ahora ya no están llenos de humo como ha solido ser tradición.  Recuerdo el  “Around of midnight” de Dexter Gordon, en la inolvidable película de Bertran Tavernier y se percibe la misma concentración y el mismo desapego hacia las cosas de este mundo mientras sopla un tema clásico o escasamente escuchado, como si a su través se pudiera llegar a desentrañar algún misterio que a todos nos afecta.

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