jueves, 6 de septiembre de 2012

Atardecer en Oporto






Las calles del casco viejo de Oporto tienen muchas cuestas y varios niveles, como el descansillo de unas escaleras.  Desde la calle de Santa Caterina que es calle comercial, se comienza a bajar y cerca de la iglesia de San Ildefonso se encuentra la primera estadía en forma de catedral. Previamente se ve algo parecido a un valle asfaltado donde al fondo aparece la Torre de  los Clérigos y entre medias más o menos, se encuentra la plaza del ayuntamiento.  Al bajar encontramos un segundo nivel a la altura del puente de Luis I, por donde pasan peatones y tranvías. Desde la balaustrada se toma conciencia de la extraordinaria altura a la que se pueden encontrar las cosas. Se sabe que hay cosas más altas, pero en muy pocos sitios he tenido la sensación de vértigo extraordinario como en este puente. Supongo que tendrá que ver la disposición de las nubes, o el encajonamiento del río Duero o la presencia del barrio de la Ribeira con las terrazas que se adivinan, más que se ven, en el fondo. Algún que otro barco pasa y aparecen anclados los rabelos o barcos que servían para el transporte de la uva desde las zonas de recolección a las de reposo. Si el momento de la visita es el del ocaso, a lo anterior se une el contraste de la luz que junto a la altura hace percibir una sensación de completa irrealidad. No menos irreal aparece el funicular, con los raíles casi flotando sobre la pendiente de la montaña. 

Al seguir bajando y coger algunas de callejuelas que sirvan para desviarnos de pasos más transitados, suben algunos paisanos con rostros que parecían olvidados de caras enjutas, piel negra y escasez de dientes. Se adivinan los estragos de las drogas y algunos hacían deporte simulando un combate de boxeo en la calle, lanzando los golpes todo lo fuerte que podían, desacompasados y tristes. Dos de ellos vestían camisetas raídas de la marca Boxeur des Rues, que no sabía que era una marca, pero que de sus dibujos remite a Marsella o Marseille y que automáticamente me transportó a esa ciudad también portuaria y próxima. Y mientras los deportistas seguían con sus quehaceres, en una fuente próxima otro se echaba agua por la cabeza. En esta parte de la ciudad predomina la umbría y la humedad, la piedra y un ligero abandono. Es un barrio viejo, pero habitado y vivo, como pasa en Lisboa con Alfama y en otras ciudades donde el turismo todavía no ha llegado hasta el tuétano. 

Y seguir bajando hasta la orilla, hasta el puerto fluvial del Duero, donde se pueden sentir los aires que vienen o que vinieron de otras tierras, algunas lejanas,  otras muy lejanas. Donde se dejan sentir Mozambique, o Angola o Brasil o Macao y donde un soniquete a cosa que está pendiente de ver o de sentir recuerda que estamos en sitio por donde pasó mucha gente que vio muchas cosas y donde da la impresión que dentro de un rato o mañana, todavía es posible coger un barco, porque debe ser por rio y por mar y viajar a algún sitio recóndito de nuestra memoria.

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