Miró por la ventana se sentó en la silla del despacho y dejó el teléfono móvil encima de la mesa. Mientras esperaba que se iniciara el ordenador, se acercó a la máquina del café, depositó unas monedas y seleccionó un capuchino. Tomó el vaso de plástico y lo llevó a la mesa. Se validó en la aplicación y de la pantalla comenzaron a aparecer montones de números que representaban la valoración de los mercados de varias partes del mundo. En la parte inferior de la pantalla y con un movimiento uniforme de izquierda a derecha, salían las cotizaciones de las cien compañías en las que su empresa mantenía el control. Esa banda era el ticker. Los valores en positivo aparecían en verde, los que arrastraban pérdidas en rojo. Continuamente y durante ocho horas por la pantalla salía una continua e interminable ristra de números. Ocho horas, de izquierda a derecha.
Su trabajo consistía en mirar al ticker y al resto de valores, analizarlos y rápidamente encontrar relaciones que sirvieran para anticiparse a la tendencia del mercado e invertir de una empresa a otra, de un mercado a otro. A veces la bajada del oro repercutía en la subida de las empresas tecnológicas. Esas cosas. Y debía tener el control de sus nervios para mantener la calma incluso en los momentos de máxima tensión o de mínima rentabilidad. Estaba inquieto porque desde hacía unos días era incapaz de encontrar la lógica interna que movía los mercados y que hacía que su mundo se hubiera, como decirlo, desincronizado. Miraba la pantalla y haciendo un esfuerzo por concentrarse nada tenía sentido.
Fuera del trabajo mantenía la misma zozobra, el mismo vacío. Su vida en familia, los partidos de tenis con los amigos, hasta el curso de microelectrónica. Como si una extraña ley de causa y efecto le hubiese afectado su entendimiento era incapaz de encontrar una relación entre la cosas, un mínimo respiro o una escasa alegría. Los fines de semana no tenían más sentido que el resto de los días de la semana, ni menos. De vez en cuando por las tardes, iba a sentarse a un banco desde donde podía ver el movimiento de los coches. El grado de confusión le hacía estar centrado y dejar de estarlo, ajeno a todo. Veía coches moviéndose de izquierda a derecha, constantemente, eternamente, en rojo y verde. Nada que entender, nada más que hacer. Ticker