martes, 28 de enero de 2014

El curioso incidente del perro a medianoche – Mark Haddon





El curioso incidente del perro a media noche comienza como una novela policial y acaba con la vida pasando por encima a sus protagonistas. Pero la novedad es que el relato está contado desde el punto de vista de un niño con síndrome de Asperger que es un tipo de autismo, que es una forma diferente y quizá algo más limitada de ver la vida.

Y está bien porque el autor es capaz de hacernos partícipes de las vicisitudes del chaval visto desde dentro, pero con la lógica del lector que es probable que no tenga síndrome alguno. Para Christopher Boone su vida está regida por estrictas normas mentales,  aunque con una capacidad para el análisis fuera de lo normal. Ese síndrome, ese conjunto de causas que prefigura una enfermedad, no impide que sea un fuera de serie en  matemáticas o en todas aquellas cosas que impliquen lógica o rutina. Los asuntos rutinarios y las repeticiones son parte inseparable de su forma de enfrentarse a la vida y todas aquellas personas o cosas que las infringen caen automáticamente fuera de su mundo.

Hacia la mitad del libro se resuelve el caso del asesinato del perro y la novela sigue por los derroteros que han estado apuntados desde su inicio y de los que no sospechamos sus consecuencias. Parece un divertimento pero no lo es, y cuando la novela termina puedo imaginarme que la vida de los protagonistas va a seguir siendo difícil e incierta. También muestra la incapacidad para comunicarse y el esfuerzo para no dejar de intentarlo.



martes, 21 de enero de 2014

La hija de Oppenheimer




Solía estar junto a la puerta del patio, en la calle, sentada, fumando… Su aspecto no era malo, no tenía un aspecto decrépito, sin embargo no daba la impresión de estar, digamos, saludable. Tenía el pelo corto y cano y una mirada que solía fijar en un punto, como de profunda concentración entre calada y calada.  Si te quedabas mirándola, daba la impresión que en sus pupilas era capaz de captar la esencia de las cosas. Como si de un vistazo fuera capaz de escudriñar la materia y transportarse al fondo. Me gustaba pensar en ella como una persona que era capaz de comprender donde los demás difícilmente vemos indicios de algo.

En cierta ocasión ví una foto de Oppenheimer el eminente e inquietante físico. Eminente porque debía ser muy bueno en su especialidad atómica y también porque era capaz de llevar a cabo grandes proyectos. Inquietante porque el principal proyecto que dirigió fue el proyecto Manhattan, el de las bombas atómicas, y porque además y por si fuera poco tenía impulsos homicidas. Y sin embargo la mirada de Oppenheimer era muy parecida a la mirada de la anciana de la residencia.

A veces me ponía en el otro extremo del patio y la observaba. Observé que siempre fumaba y que miraba con la misma intensidad y era como si viviéramos en mundos paralelos e irreconciliables. Una vez coincidí con ella en el ascensor pero no levantó la cabeza y casi lo agradecí.

Un día dejé de verla y también al siguiente y al otro. No pregunté, preferí no saber qué había sido de su vida. Me aventuré a pensar que esa mujer una vez miró a los ojos de una persona, tal vez un novio o un amigo y al mirar comprendió al microscópico nivel de los átomos y las moléculas la materia de la que estamos hechos los humanos, nuestras inquietudes, nuestras voluntades y al verlo prefirió callar.

jueves, 16 de enero de 2014

Transporte





Sí, hasta ese día no fue capaz de darse cuenta de la realidad en la que se encontraba. Era muy temprano y se montó en el autobús que cada día la llevaba al trabajo. Unos días atrás había sentido un malestar considerable. No exactamente cuando se montaba si no un poco más tarde. Ella lo achacaba a la falta de estabilidad del vehículo o quizá a la impericia del conductor. A veces la parte de atrás  despedía un mareante olor a gasolina o a algo parecido.

Pero esta sensación se fue repitiendo con más intensidad. Siempre hacía la misma rutina. Salir de casa, bajar ligeramente por la calle de Francisco Silvela y llegar hasta la plaza donde se encontraba la parada. Normalmente no había mucha gente ni era mucho el tiempo de espera. Sin embargo ese día lo comprendió. Fue subir al autobús, sentarse y comprobar que no podía soportar la presencia de nadie a su lado. Que el hecho de sentir una respiración o un ligero movimiento era suficiente para generarla un profundo desasosiego .

Una vez tomada conciencia del problema, intentó sobreponerse a la proximidad y a la presencia de otras personas. Cada día intentaba interiorizar el momento de sentarse, de ver el asiento, de observar el color granate del material plástico con el que estaba hecho, sus imperfecciones y suciedades. Luego observaba a los demás. Incluso observaba a los demás intentando ver ese detalle que le permitiera ponerse en su lugar. Pero luego el autobús continuaba su marcha y el traquetreo hacía que volviera a aparecer ese malestar que aumentaba a medida que el habitáculo se iba llenando. Piensa que podrá superarlo.


lunes, 13 de enero de 2014

Hermanas





Tres ancianas viven en el tercer piso de una casa vieja sin ascensor. Su vida son ciclos diarios y repetitivos. Por la mañana se levantan a la misma hora. Una de ellas se preocupa de la intendencia, de saber lo que van a necesitar para comer ese día. Llama por teléfono al tendero del barrio que le sube el pedido. También se ocupa de llevar la cuenta de las medicinas. La otra limpia un poco. La tercera prepara la comida. Hace un tiempo iba un familiar a comer todos los Domingos pero ha dejado de ir. 

Después de  comer friegan los platos y se sientan en el amplio sofá del salón a ver el programa de cotilleo de la tele. No pasan cinco minutos antes de quedarse dormidas. Cada una de ellas  se sienta en su sitio habitual con su manta y siempre en la misma postura. Después, casi sin hablarse, se acicalan un poco y salen a la calle de paseo. Es de ver que al salir las tres van agarradas del brazo por la acera. Unas aceras no demasiado anchas donde de vez en cuando surgen problemas con algún peatón que pretende pasar. En  ese caso una de ellas, la más joven que suele ir en uno de los extremos, relaja ligeramente el brazo que sigue sujeto al brazo de su hermana y gira su cuerpo para ceder el paso.

Hace un año la menor de las hermanas se paró en un kiosco a comprar un cupón de lotería. Pensaban que un día les tocaría la lotería y que ese dinero les ayudaría a tener su propio piso, a ser independientes, a llevar otra vida. Ese día la hermana mayor se soltó del brazo de su hermana para llegara al kiosco y pidió el cupón del Viernes mientras se agarraba al mostrador. Al guardar la cartera en su bolso, vio a sus hermanas derrumbarse sobre la acera como se derrumban los edificios viejos. Ella misma no se atrevió a soltarse del mostrador. Sus ojos cansados miraban sin reaccionar, incrédulos, con la certeza de que era demasiado tarde para casi todo y de que la misión que les queda por cumplir, la de cada una de ellas, es la de sujetarse físicamente unas a otras.


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...