Después de llevar media hora en un garito donde padecía un ruido intolerable, decidí que la mejor opción era salir de allí lo antes posible. Dije a los colegas que mis oídos habían alcanzado el límite de decibelios permitido y salí.
Había caminado unos cientos de metros calle abajo cuando unas luces de neón desviaron mi atención, se trataba del Harlem Jazz Bar. Hacía años que no lo pisaba, de hecho pensaba que podría estar cerrado, absorbido por la música electrónica o dance o de cualquier otro tipo.
Me vinieron a la memoria aquellas noches, cuando las horas pasaban al ritmo de la música sin parar de hablar, sin parar de fumar, pensando lo menos posible, improvisando sin más. El local estaba más o menos como lo recordaba. El suelo de madera, con pretiles para dejar la ropa o para recostar el demasiado peso a las demasiadas horas, la barra semicircular, las mesas que abigarraban el espacio. Sonaba una trompeta sin vibrato. Era Davis. Estaba como en casa.
En esos estados alterados, el mundo me viene a la cabeza de una forma desordenada con ligeros golpes de sentido. En el bar veía la penumbra de las mesas y no por nada me acordé de ese relato, “El Perseguidor”, que hablaba del músico John Carter, y de la realidad que se le aparecía fragmentada o con agujeros, que conectaban sensaciones y estados de conciencia extraños o diferentes. Comenzó a sonar un contrabajo, poderoso, feroz, que desbordaba la rítmica del piano . Veía a los clientes de barra que tenía al lado, pero el recuerdo de Carter me llevaba por los vericuetos del relato de Cortazar. Y luego estaba ese sonido. Se trataba de Moanin y el autor era.., y la memoria dejaba un espacio en blanco que no era capaz de llenar. Pero veía a Carter sentado en el vagón del metro con el saxofón junto a el y la realidad que se le escapaba por las ventanillas viniendo hacia el Harlem. Al lado un grupo charlaba, se escuchaban con atención, con cierta afectación. Y me hubiera gustado explicarles lo que pasaba por mi cabeza, pero no podía fragmentar la información, no hubiera podido comenzar sin recordar ese nombre. Y a través de una vaharada de humo sentí la presencia de John Carter sentado a mi lado. Le pregunté por el músico que estaba sonando, pero él tampoco se acordaba. Le pedí un trago. Cerro los ojos y respiró profundamente ... dijo, Mingus, justo en el momento en que el tema acababa de terminar.